Magui Gutiérrez es artista circense y tallerista del Oeste en Montevideo. Su vínculo con el circo comenzó desde niña, trepandose en los árboles y divirtiéndose con sus amistades. La gimnasia artística se convirtió en una de sus primeras experiencias acrobáticas, pero con el paso del tiempo, decidió correrse del ambiente de competencias, conservando lo nutritivo de las técnicas y la disciplina. Se acerca así a otras formas de expresión, donde las artes circenses le invitan a seguir desenvolviendo el aspecto técnico, tanto como la investigación y creación, hasta hoy en día.
Desde entonces, esa pasión se convirtió en parte fundamental de su estilo de vida. En 2019, junto a una amiga y colega de toda la vida, comenzó a ofrecer talleres en La Casa de Mario, en el barrio de La Teja. La iniciativa nació como un espacio abierto para que los niños y niñas de la zona pudieran participar, de manera gratuita. Poco a poco, la comunidad empezó a mostrar interés por apoyar económicamente, lo que permitió darle mayor sostenibilidad al proyecto. Durante cinco años, la propuesta creció y se consolidó, realizando intervenciones callejeras y presentaciones basadas en sus propias ideas y creaciones. La propuesta se transformó y, bajo el nombre de Circo Movimiento de Expresión, fue presentada en el programa de talleres de la municipalidad. Hoy en día, Magui brinda talleres en el Mercadito Victoria, en Alba Roballo, en el Julia Arévalo y en el Centro Once Cultural Oeste.
Para Magui, las artes circenses son una constante búsqueda personal: “nunca se me había ocurrido que una creación escénica fuera también desde inquietudes que tenían las personas. Con el tiempo descubrí que el circo no es solo el hacer el espectáculo porque sí, sino que hay un proceso interno, un proceso de preguntas internas. Los cruces también con otras disciplinas me gustó, la puesta en escena era algo que no estaba en las otras prácticas y eso me cautiva. Así llegué a las artes circenses. Conocí espacios de circo, galpones de circo en Uruguay, y desde mis 16 años hasta hoy asisto.”
Hoy por hoy el circo le abre preguntas internas en torno al movimiento del agua, a las infancias y a la cultura. Comentando que es un tipo de disciplina de saberes horizontales en los cuales intercambian distintas generaciones, historias de vida y formas de expresión: “También hay algo que para mí es cierto y es que, El circo no es solo un conjunto de disciplinas, sino que es un pie para poder construir varias maneras de estar haciendo y compartir. Entonces eso puede estar en la escena o no, porque también es iluminación, es música, es plástica, es vestuario; también es danza, es teatro, fusiones de prácticas. Entonces, el circo es un esqueleto personal, que tiene muchas inervaciones.
Magui también es estudiante avanzada del Instituto Superior de Educación Física y actualmente está realizando el trabajo final de grado, investigando acerca del circo social inclusivo. Formando parte del “Grupo Alas pa volar”, un colectivo horizontal y autogestivo que camina desde 2016 con personas en situación de discapacidad o diversidad funcional. Comentó que en ese contexto, se amplía la noción de lo que entendemos por circo, porque al asociarlo con el malabarismo o las acrobacias, puede parecer una actividad a la que no todos tengan acceso. Sin embargo, asegura que si pensamos en el circo desde los patrones que lo componen, no solo como una técnica rígida, sino como una disciplina que abre espacio para la creatividad y la exploración, entonces también se convierte en una forma de expresión artística que está al alcance de todos.
La tallerista, recientemente tuvo la oportunidad de ir a Misiones (Argentina) a trabajar con un colectivo de circo, llamado Tierra Colorá. En su viaje, congestionó (asfixiar las raíces de las plantas por exceso de agua) y cosechó material orgánico (takuaras de bambú) participando de todo el proceso, desde la cosecha y el curado (proceso de secado), hasta la elaboración de un elemento que hoy utiliza en el escenario, impactando en su carrera de manera significativa.
“Fue una experiencia hermosa donde conocí amistades que quiero mucho, por las experiencias que hemos generado juntos y el compañerismo que se dió. Yo como artista circense considero que aprendo tanto en esos espacios, como al dar taller en los ámbitos de enseñanza, en la cuestión pedagógica, el intercambio entre colegas, los entrenamientos compartidos y asimismo en escena”.
Sus tallleres
Pese a que en sus talleres hay técnica, Magui asegura que lo más importante es la experimentación. Asegura que la expresividad es un camino donde no hay un bien o un mal, o algo correcto e incorrecto, sino más bien busca promover una conciencia del cuerpo propio y del contacto con el cuerpo de los demás. En sus talleres, el sostén es algo tanto físico como emocional, y describe las artes expresivas como una combinación de artes corporales que brindan conocimiento desde el sentimiento, la investigación y el movimiento. Para ella enseñar prácticas expresivas es hacer una fusión de otras prácticas, como la capoeira, el teatro, la danza, los cuentos literarios y también la realidad. Enfatiza el entorno como un espacio donde reflexionar y hacerse en él.
El circo es un espacio de múltiples posibilidades. Y en ese sentido, las ideas que aparecen son bienvenidas. Siempre también pudiendo traer contenidos que desplieguen el desafio de ir por más. Entonces se puede transmitir y habitar la confianza, entusiasmo y pasión. Me ha tocado trabajar también con personas adultas y con personas en situaciones de discapacidad cognitiva. Fue sorprendente cómo hacían acrobacias en grupo, montadas una arriba de la otra. Entonces, creo que también quizás, en particular por esa población, hay algo mental detrás del hecho de hacer una expresión corporal. Aquellas personas que uno pensaría que es imposible que hagan ciertas cosas, lo hacen, porque justamente exploran la posibilidad en su mente y son conscientes de que no tienen un límite. Es muy fuerte, o sea, todo lo que es posible dentro de una misma disciplina. Las prácticas circenses tienen una característica fundamental, y es que cuando se corren hacia lados que a veces pensamos como riesgosos o difíciles, la mente y la creatividad se doblan, se dan vuelta y se expanden”.
La diversidad en sus talleres es algo que ella destaca como muy importante. Menciona que desde que comenzó a enseñar, ha visto todo tipo de personas, desde mujeres, hombres, personas mayores, personas con discapacidad y niños. El taller para ella es un lugar donde se forma una identidad con los demás y se celebra la diversidad.
A Magui, le gusta pensar el circo como un universo creativo, no solo desde el punto de vista del personaje que interpreta, sino desde el espacio donde se encuadra el espectáculo. Menciona que, a pesar de que ella realiza el espectáculo desde sus propias inquietudes y expresión artística, el espectador no es alguien pasivo, y en sus obras, intenta que la gente se involucre, desde lo expresivo como desde el lugar donde está.
“Últimamente me interesa, más que pensar cuál es el personaje y elaborarlo para pasarlo al cuerpo, ir directamente al cuerpo y ver qué personajes aparecen. También, con las temáticas que vengo trabajando —que tienen que ver con el agua y con distintas informaciones que circulan en torno a eso—, hay algo de que las imágenes se te vienen solas. Entonces, capaz que estás en un ensayo elaborando eso y aparecen, pero capaz que te juntás y no aparece, o capaz que estás en la ducha, bañándote, y te cayó de golpe y ahora sabés cómo es ese personaje. En mis espectáculos a veces también aparecen máscaras que, creo, traen una gestualidad distinta al cuerpo. Una gestualidad que despierta algo en la gente, hay elementos, sensaciones que a veces desde lo plástico impactan a la gente. Emociones que de repente, tu cara no puede expresarla; entonces existe una pregunta que surge, ¿cuál es el recurso que empezás a utilizar para comunicar? ¿Qué me comunica el espectador ante ciertas cosas?”
¿Qué es el oeste para Magui?
“Primero ha sido el Santa Lucía, Quillú, Arasatí, el kilómetro y medio, que es a donde yo iba siempre con mi familia porque mi abuelo es de allá. Ahora, el Oeste para mí, hoy y después de haber transitado con Casa de Mario en La Teja, con Nuevo París, con Paso de la Arena, con El Cerro, es cultura de barrio. Para mí, el Oeste tiene esta particularidad de que la calle está viva, no es puertas para adentro, sino que es un constante ida y vuelta entre vecinos, entre saberes. También tiene mucho patrimonio, que a veces no se reconoce, hay paisajes muy distintos, hay mucho verde. El Oeste es una diversidad de olores, texturas y sonidos, cosas que en otros lugares de Montevideo es más uniforme”.


