El rostro con ojos cerrados de José Carbajal, “El Sabalero” -muy expresivo cuando recitaba- y un fragmento de “Chiquillada”, eran la imagen de un almanaque que adornaba la pared de su escritorio y que mostraban de antemano su pasión por el verso y la poesía.
De padre domador y madre costurera, nació el 13 de noviembre de 1955, en Colonia Lavalleja, “un lugar mágico”, de campaña, al norte de Salto (Uruguay). Una sonrisa se le dibujó en sus labios recordando su infancia “feliz y llena de fantasías”, que vivió trabajando desde muy pequeño. “Cuando salíamos de la escuela con mi hermano, atendíamos el almacén que tenía papá”. Así se crió, “debajo del mostrador escuchando los cuentos de los gauchos”, que de alguna manera, marcaron su destino poético.
“Cuando vine a Montevideo, a fines de 1978, me enamoré del mar -en mi pueblo sólo hay arroyos y ríos, aclara-, del Cerro y de su gente. Aprendí la modalidad que ellos [los cerrenses] tienen de vivir y de ser”.
Ya en su ciudad natal, llevaba adelante proyectos culturales en el ámbito literario; actividad que continuó en Montevideo. Como muchos, no escapó a las duras épocas carcelarias de la dictadura. Padre de tres hijos (Maite, Marcos e Ileana), fue panadero, peón de una fábrica de electricidad, periodista, maestro, gestor cultural y ante todo poeta, mezclando, inevitablemente, su labor de director de teatro con la poesía. Publicó: “Líneas de fuego” (Ediciones de la Banda Oriental,1982), “Un viejo asunto con el sol” (Arca, 1987), “Cuadernos agrarios” (Ediciones de la Feria,1985), entre otros, obteniendo en diversas ocasiones premios y menciones.
Como todo artista, tuvo sus referentes. Quizás, su obra “La frontera será como un tenue campo de manzanillas” (2003), que recibió el V Premio de Poesía “Luis Feria” en Tenerife (España), es la que quizás más refleja, ya sea de forma implícita o explícita, una especie de collage de autores, uruguayos e internacionales. Y él mismo lo reconoce al decir que “siempre te sentís influenciado, un poco de todas partes”. Dos poetas de nuestra cultura dejaron huellas profundas en Elder: Mario Benedetti (1920-2009) y Wahsington “Bocha” Benavidez (1930).
El Bocha, “un Leonardo Da Vinci de las letras, me ha enseñado mucho y fue una de las primeras personas que me apoyó cuando quise publicar”, confesó, mencionando además la “gran amistad que nos une” . Benedetti por su parte, “sin querer y sin que yo supiera”, fue de gran influencia para que Elder comenzara a darle a la vida -desde la literatura- una mirada humorística. La nostalgia se apodera de él, se sumerge en los recuerdos como si estuviera viendo el rostro de Mario y con los ojos sutilmente brillosos cuenta: “Una vez cerramos juntos un festival de poesía en el Cabildo de Montevideo. Yo leí mi poema con la camiseta de Rampla que había ascendido ese día. Eso a él le gustó mucho y le dio gracia. Al poco tiempo me hizo llamar por la editorial para que presentara uno de sus libros junto con Benavidez”.
Pero no sólo hombres de la literatura sirvieron de maestros en su carrera. El músico Eduardo Daurnauchans (1953-2007), con quien también tuvo una entrañable amistad, fue de gran apoyo. “Tuvimos una fuerte relación, de discutir e intercambiar opiniones sobre diversos temas. Con él aprendí a cuidar al extremo la palabra que se coloca en un poema. Él pasaba mucho tiempo dando vueltas con una canción hasta que colocaba la palabra que tenía que ir.
- ¿Y cómo se encuentra la palabra exacta?
- Él me decía: "No se puede repetir ni hacer poesía sobre lo bello porque lo bello ya es bello; y sin caer en los lugares comunes". Yo digo, por ejemplo, el atardecer rojizo con el sol que se esconde. ¿Qué le agrego a ese atardecer? Nada, simplemente me apropio de él. Se debe buscar un término que tenga un peso exacto. A veces las palabras están cargadas de ideología o de otras cosas, entonces hay palabras que van y otras que no van. Siempre tengo mucho cuidado con lo que coloco en los renglones, que la imagen que pongo sea potente y que sea lo que necesito para trasmitir un sentamiento. A veces sale de primera, otras veces es una búsqueda de años. Cuando agarro un tono es como que me zumba en el oído una tonalidad que significa un tema y una mirada determinada hacia ese tema y de ahí, todo lo que viene lo voy nutriendo.
Darnauchans también le enseñó a leer como un verdadero poeta. “Hay que encantar a una sola persona. Cuando lográs encantar a una persona, el resto va solo, y aunque estén cenando tenés que ganártelos”, recuerda las palabras de su amigo compositor. Así Elder, sensible a la realidad y a la vida cotidiana y gran observador, recita sus poemas en colegios, cantinas, universidades o “donde me llamen” porque “observar la vida cotidiana es el filón que me tocó a mí".
De forma casi sagrada lleva siempre consigo el “caza moscas, la trampa para cazar todas las ideas”, un cuaderno en el que no deja que se le escape ningún detalle, sobre todo cuando viaja por la ciudad en ómnibus. “No te imaginas lo que me cuesta trabajar en la realidad, si pudiera no hacerlo sería mejor pero no puedo”. Sin dejar excusa alguna de examinar y reflexionar en la cotidianidad se me viene a la mente una de sus prosas: “Es que el canto de los pájaros da la vuelta al mundo, al sol, al sistema planetario, como algunas veces -pocas, muy pocas- también le sucede a la poesía” (de “Vuelta al Mundo”).
Si bien no es enemigo de las computadoras, confiesa que siempre, sus primeras versiones de los poemas son a mano porque “es como una necesidad física, casi sensual de garrapatear un plan”.
- ¿Ser poeta te ha favorecido a la hora de conquistar chicas?
- Para que otra cosa sirve sino, es la única finalidad- sostiene entre risas.
Virginia Martínez