Back to top
16.04.2012 - 11:56

Fuera de las aulas

Nuevos desafíos tecnológicos y ambientales se pusieron en marcha, desde 2011, en el oeste.

Un llamado del Plan Ceibal a organizaciones de la sociedad civil, a presentar proyectos de innovación con la XO como herramienta de  nuevos dispositivos pedagógicos, motivó a que la ONG Vida Silvestre y el Instituto de Promoción Económico Social del Uruguay (IPRU), realizaran en conjunto el proyecto Por el oeste de Montevideo, ciudadanía ambiental. Una iniciativa inédita, no sólo por el lugar y la importancia que se le da a la XO, sino también por la propuesta de realizar distintos encuentros entre niños/as, adolescentes y adultos en y para la construcción de la ciudadanía ambiental en el oeste de Montevideo. Entre sus cometidos busca seguir amplificando herramientas en la gestión ambiental.
El proyecto, que es apoyado por el propio Plan Ceibal, el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay, el Museo Nacional de Historia Natural y el Municipio A, no fue realizado en el oeste por casualidad: "nos parecía que presentaba una doble mirada porque por un lado, es la zona de un patrimonio natural bien rico e interesante con lugares de puntos más altos como Santiago Vázquez en proceso hacia un área protegida, y por otro lado, posee zonas en territorio más empobrecidos que tienen otros indicadores vinculados a esa estructura, a realidades ambientales, en un Casabó, por ejemplo, que está transitando un proceso de saneamiento", explicó Lorena Giglio, trabajadora social y representante de IPRU, quien aclaró que dicha organización trabaja en la zona oeste hace más de 21 años.

Si bien Por el oeste de Montevideo, ciudadanía ambiental comenzó en setiembre de 2011, aún continúa en desarrollo. Tuvo distintas etapas en las que se identificaron diferentes problemáticas. Según indicó Lorena, el oeste es la zona donde mayor cantidad de ceibalitas se entregaron, pero paradojicamente, "reconocimos la necesidad de emplearlas como nueva herramienta porque existían pocas prácticas de su uso fuera de los espacios formales". Así es que Vida Silvestre, que tiene un gran recorrido en la defensa de los recursos naturales y de los patrimonios, invitó a dialogar y reflexionar la dimensión ambiental con el Plan Ceibal y la posibilidad de pensar en  nuevos proyectos educativos.

Desde la creación del Plan Ceibal, la XO trascendió como herramienta educativa y generó nuevas formas de relacionamiento de los niños, los adolescentes y, especialmente de los adultos con las nuevas tecnologías, "más allá de las valoraciones al propio Plan Ceibal". "Veíamos que era un recurso que estaba trascendiendo en el entorno, entonces surgió la idea de pensar la ceibalita como herramienta de interfase que permita monitorear el ambiente", manifestó Lorena. Así  se sucedieron  distintos momentos: talleres y salidas de sensiblización, que tenían como objetivo la aproximación al tema, qué se entiende por monitoreo ambiental y, lo que fue más innovador y generó más ganas, fue que nos enseñaron a  construir sensores con materiales reciclables que permitieron acercarnos a la lectura del ambiente,  de la temperatura, del PH (acidez del agua). Para nosotros fue como re loco aprenderlo".

Jonathan, de 15 años, participó en la etapa de la construcción de sensores y contó su experiencia: "Tuve que enseñarles a los más chicos cómo construir un sensor y cómo usar el tester. Pero los gurises estaban más ansiosos de aprender que de usar las herramientas.  A medida que les enseñaba, se las dejaba usar; eso fue lo que los colgó más". Las salidas trascendieron el punto técnico, una vez que los propios jóvenes que participaron pudieron "acercarse a cualquier persona que estuviera mateano y decirle: 'sabes que con la compu se puede monitorear', expresó Lorena. Ese gran desafío, para Jonathan fue "raro" porque "a decir la verdad, me costó más enseñar que aprender".

Pajas Blancas fue uno de los tantos lugares, testigo de varias recorridas que IPRU y Vida Silvestre  realizaron junto a chicos de Casa Joven de Casabó, Club de Niños el Tambo y Club de Niños de Maracaná. Allí intercambiaron con los vecinos sus experiencias, lo aprendido en ciudadanía ambiental y, tuvieron la posibilidad, por primera vez, de enseñarle a los adultos la utilidad de los sensores y, por supuesto que la invitación a formar parte de Por el oeste de Montevideo, ciudadanía ambiental, no faltó.
En la Parroquia de Fátima, la Escuela Nº 327, la plaza Nº6 en La Teja y el colegio Santa María de la Guardia de Santiago Vázquez, también se desarrollaron talleres de sensibilización y monitoreo, porque uno de los objetivos de la iniciativa es "que muchas personas del oeste miren lo mismo pero desde su entorno". 
En una de las salidas en las playas, "pusimos el sensor en el agua para ver si estaba muy caliente", contó Verónica, de 16 años, una de las chicas que participó del proyecto. Entre otras cosas, "aprendimos que tenemos que tomar agua a 80 grados para que no nos dañe el esófago", detalló Lorena, y "cuando está a 120 grados ya empieza a dañar los demás órganos", agregó Jonathan.
Verónica contó cómo fue la peripecia de trabajar con pescadores al explicarles el sistema de los sensores. "Uno nos contó que salían en manada y que no se manejaban más por el viento; han incorporado las tecnologías y tienen máquinas para emitir ondas de sonido para saber dónde pescar o no". Lorena, destacó en relación a esa experiencia que el vínculo que cada persona tiene con el ambiente es un proceso lento que se va aprendiendo de a poco y "cuando uno mira lo ambiental en el marco también de derechos, se mira  en relación con el entorno, con la comunidad, entonces todos tenemos un nivel de apropiación: el pescador vinculado al uso del recurso o el vecino reclamando un tema sanitario, por ejemplo".

Más allá de las vivencias que acumularon quienes formaron parte, de alguna u otra manera, el plus de esta iniciativa es que "puedan quedar capacidades aprendidas en el territorio y avanzar en distintas formas para que el ciudadano común, el niño, el adolescente, el adulto, quien tenga ganas, pueda decir:' yo también tengo mis propias herramientas para poder tener más datos y sobre eso construir una opinión, no sólo desde la denuncia o un recurso, sino desde la propuesta". Y a pesar de ser un desafío cotidiano, "seguir pensando en los entornos abiertos como espacios pedagógicos de aprendizaje que trasciendan en el aula es re importante", sostuvo Lorena.

Entre tantas huellas que marcó, este proyecto permitió tomar conciencia de cuidar el ambiente, todo. "Antes de repente, comía un caramelo y tiraba el papel en el piso; ahora  pienso en todo lo que hicimos y aprendimos y lo guardo en el bolsillo hasta ver una papelera, y te vas acostumbrando  a esas modalidades", reconoció Jonathan.

 

Virginia Martínez