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27.03.2012 - 12:58

Delicias de Mujer

En el Mes de la Mujer, entrevistamos a Dorita Cabrera de 67 años, trabajadora del medio rural.

Un ejemplo de lucha a seguir, por la reinvindicación de los derechos de las mujeres.

Dorita, nació y vive actualmente en Punta Espinillo, zona 18 del municipio. Tiene una quinta de tres hectáreas, donde antiguamente cosechaba todo tipo de verduras. Empezó plantando -junto a su marido, hoy fallecido- alcauciles, cuando aún en Punta Espinillo no había ni luz ni agua. “Había que ir a buscarla a un tanque de un vecino de 200 litros”. Hoy tiene sólo plantación de alfalfa “para que no se me destruya el suelo de la quinta”.
El gusto por el trabajo de campo lo heredó de su padre, de 94 años, que también es dueño de una quinta, ubicada a un kilómetro de su casa. Pero ser trabajadora del medio rural no fue tarea fácil para Dorita. “Era la empleada doméstica sin goce de sueldo porque cuando precisaba plata tenía que pedirle a mi marido”, sostiene haciendo referencia a uno de los grandes inconvenientes que debía enfrentar. “Mi marido se dedicaba a la quinta y yo, a la quinta y a los quehaceres domésticos. Mi hijo grande me ayudaba a cocinar pero el chico se sentaba en la mesa a esperar la comida como el padre; mientras yo lavaba los pañales de tela, mi marido dormía la siesta”. Muchas fueron las andanzas por las que Dorita tuvo que pasar, pero no fueron en vano porque “todo eso me enseñó a manejarme sola. Hoy en día, si tenés trabajo y sabés administrarte lo de casarte es relativo”, suelta, entre risas con aires de mujer autónoma y libre. De hecho, enfatiza que hoy lo que más feliz la hace es “la independencia económica” porque en el campo “la mujer está relegada  porque siempre tenés que pedirle plata a tu marido”. Agrega, como todos sabemos, que el papel de la mujer, ha cambiado mucha en la sociedad actual, especialmente a la hora de tener ciertas libertades y reconocimientos y “eso me encanta”, pero reniega que en el mercado laboral faltan derechos por resolver porque “la mujer sigue ganando menos que el hombre y es, incluso, más responsable. En los cargos de autoridad los hombres nos temen porque saben que nosotras somo muy capaces y económicamente para manejar el dinero también. Pero la mujer no es recompensada. Los sueldos se diferencian, ¿por qué sos mujer?”, cuestionó. “En la cooperativa nosotras somos reconocidas por distintas instituciones pero si los hombres te pueden hacer a un costado lo hacen. Creo que falta mucho por obtener los mismos derechos que los hombres y, en algunos ámbitos, hay muchas mujeres que tampoco se animan”.
Dorita, no es la única que se dedica al campo. Nancy Cabrera, Eli Tomasi, Thelma Nutte, Carmen de Oliveira, Julia Matteus y Blanca Pardiñas son sus compañeras que también viven en Punta Espinillo y tienen campos de entre cinco y siete hectáreas. En 1995 empezaron a reunirse en un salón -”hecho por los vecinos de la zona”- que, al principio, funcionaba como biblioteca. Las tareas rurales y domésticas no les dejaba tiempo libre a estas mujeres, vecinas y amigas. Pues allí, sólo una tarde a la semana, “los viernes”, se juntaban para recrearse, haciendo tapiz, croche, tela, entre otras cosas, junto a otras mujeres, también de la zona: “llegamos a ser treinta; era nuestro día. En un momento hicimos dactilografía en el tiempo de las máquinas viejas”, recuerda con nostalgia. “También hubo cursos de repostería con los cuales aprendí y pude hacerme de clientes. Hay una mellizas de 12 años en el barrio que les hago la torta de cumpleaños desde que tienen dos”. En el salón, “que no lo usamos tanto como antes, tenemos una cocina y un frizer”. Estas siete mujeres, artesanas de Punta Espinillo, de entre 50 y 70 años, asociadas a AMRU (Asociación de Mujeres Rurales de Uruguay), viven de la producción de mermeladas, licores, encurtidores (productos al escabeche ) y frutas en almíbar, con las frutas y verduras que ellas mismas cosechan en sus quintas. Cada una tiene su especalización que va desde mermeladas variadas (higo con nuez, durazno, ciruela, naranja, arándano) hasta licores de anís, dulce de leche, chocolate y menta, huevo, sambayón. Toda una delicia aperitiva. Hongos y morrones al escabeche son otra variedad como también las frutas en almíbar. Dorita produce alrededor de 150 frascos por años de jalea de membrillo, que por cierto, “tienen buena venta; no es mucho pero a mí me ayuda”.
Al formar parte de AMRU -una asociación sin fines de lucro- obtuvieron un stand en las tradicioanles Rural del Prado y Expo Prado. Hicieron cursos a través del Labortaorio Tecnológico del Uruguay (LATU), pero para vender en la mesa criolla del LATU, se vieron obligadas a crear una cooperativa. Así nació “Delicias Criollas” que la conforman varios grupo de mujeres rurales que se abastecen de sus propios productos. Pero en el caso de ellas, algunas dificultades tuvieron que enfrentar al iniciarse: “en Punta Espinillo -cuenta Dorita- no hay agua de OSE” lo que les complicaba a la hora de conseguir las habilitaciones para obtener el certificado de bromatología. En 2005 la Intendencia de Montevideo (IM) les ofrece el Mercado Municipal de Santiago Vázquez (Guazunambí 280) para transformarlo en su planta de elaboración. Allí se pasan las horas, hasta días enteros produciendo. “Nos turnamos para ver quien trae la comida”. En lo que va del 2012 han elaborado 1260 productos. “Delicias Criollas nos paga la hora de trabajo y nos da los frascos y las etiquetas para los envasados”. Cuenta que la producción mayor que Delicias Criollas ha tenido fue en el 2010 con 4500 frascos de mermeladas de durazno y 5600 mermelada de higo.
La cooperativa tiene varios rubros, entre ellos la ventas a grandes cadenas de supermercados lo que en la cooperativa denominan “regalos empresariales”. Este último rubro “es lo mejor porque se venden buenas cantidades. El año pasado, por ejemplo, le vendimos 5000 productos a UTE y 2400 a OSE. Esas grandes producciones las hacen todos los grupos de mujeres de todo el país que trabajan en la cooperativa Delicias Criollas, a nosotras nos tocó hacer 800 budín inglés. Fue una gran experiencia; lo hicimos en una semana y nos resultó más fácil de lo que pensábamos pero además, y por sobre todo, nos sirvió para darnos cuenta de la capacidad que teníamos de producir en cantidad”. Ser parte de una cooperativa les dio a las artesanas rurales la mágica receta de elaborar “más rápido y mejor”.
Muchas son las anécdotas de experiencias que han servido, por sobre todo, “para saber resolver las cosas cuando se presentan” de la nada. “Una vez vinimos a la planta y no teníamos agua; tuvimos que que acarrear con baldes”, recuerda apretando los labios. “Yo valoro mucho nuestro grupo porque otros han quedado en ámbitos familiares por no saber convivir y compartir el trabajo en equipo. Nosotras hemos sabido tolerarnos y hablar las cosas en el momento”.
Carmen, una de la más jóven del grupo, además de elaborar, se encarga de la venta. “Va a distintos lugares y nosostras le pagamos un porcentaje de los productos nuestros y nos desentendemos de eso”. Cuenta que también hay otros grupos de mujeres en Artigas, Rocha, San Gregorio de Polanco (Tacuarembó) que vende productos de ellas. En 2002 ganaron un premio en el LATU con la mermelada de pitanga y canela y, en 2010 otro por la elaboración de alcauciles en escabeche. Todo una novedad que mereció reconocimiento por la creativiad y la originalidad. Incluso “somos proveedoras del Estado y trabajamos para diferentes instituciones, supermercados y servicios de catering”.
“Mucho esfuerzo me costó”, dice Dorita orgullosa de su vida, pero “la recompensa me sirvió. Tuve dos hijos, una casa que yo misma diseñé y la quinta”, expresan sus palabras y gestos de plena satisfacción, como si no tuviera más nada que pedirle a la vida. Una mujer, luchadora y emprendedora (lo muestra desde todos los ángulos) que para nada se contrae por los prejuicios sociales, por el qué diran. La fortaleza, que su espíritu deja entrever a simple vista, y su trabajo, que partió desde el medio rural donde el papel de la mujer era más relegado que en otros ámbitos, son sinónimo y ejemplo de lucha por la igualdad de género y los derechos. ¿Cuántas mujeres  habrán como ella que garantiza: “Mi vida no la cambio por nada”.

Virginia Martínez