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29.06.2012 - 13:40

Un hallazgo

El 28 de junio, IPRU y Vida Silvestre presentaron las evaluaciones del proyecto “X el Oeste de Montevideo, construyendo ciudadanía ambiental”.

"Nos enseñaron a hacer sensores y después nosotras les enseñamos a nuestros compañeros”, contaron Daisa y Lucía de 11 años y Camila de 10, del Club de Niños Maracaná e integrantes del proyecto. En distintas circunstancias “los probamos porque son distintos según la medición (temperatura, sonido, luz)”, explicaron. Daisa, sin ninguna timidéz, remarcó que la experiencia le pareció “bien” porque “aprendimos sobre el medio ambiente", y Lucía resaltó lo positivo de la educación que se reproduce: "a nosotras nos enseñaron y, a su vez, nosotras enseñamos a adultos".

Antes de iniciar la presentación de la evaluación del proyecto, en el Club de Pesca del Cerro (Grecia esq. Suiza), en el varios niños y niñas provaban nuevamente los sensores. Belén de IPRU, con uno, medía la temperatura del agua que según había alertado Camila, "cuando calentás agua para tomar mate tiene que estar a 80 grados como máximo porque sino te quemas la garganta y te hace mal".
Otro de los sensores es el de movimiento que es “como cualquier alarma de una casa”, explicó Cecilia Suárez, de Vida Silvestre. “Lo que hicimos fue programarlo para que cada tres minutos sacara una foto, una vez que captara el movimiento con la cámara que ya tiene incorporada la XO, y las imágenes van quedando guardadas en ella”. Varias chicas, para hacer la prueba, pasaban delante de la ceibalita, quedando entonces su rostro registrado.
Otra educadora, Verónica Susena del Centro Maracaná, contó que las experincias “fueron re lindas” y resaltó el valor que tiene la XO como herramienta útil “para muchas cosas”, más allá de que “los chicos se compenetran con los juegos”. Desde la organización se les trasmite y enseña los diferentes usos educativos que tiene la ceibalita.  A su vez, enfatizó el gran desafío que resultó para ellas [las educadoras] el nuevo sistema de sensores, “como cuando nos tuvimos que adaptarnos a la ceibalita”, que como todo “fue un proceso”, sonrió.

Lorena Giglio, de IPRU y Suárez, ya frente al público presente, hicieron un repaso de las diferentes fases que tuvo el proyecto, siempre con el reto de antemano, de mirar el oeste desde otra perspectiva. La primera etapa consistió en una visión de sensibilidad respecto al medio ambiente; la segunda, se centró en observaciones para la utilización de las herramientas [los sensores y las XO] que servirían para mejorar la calidad de vida; un tercer período protagonizó la construcción de los distintos sensores y la conexión de nuevos programas y, por último, se realizó un monitoreo de mapeo de las distintas zonas donde efectuar, definitivamente el proyecto. Lo más interesante, que además de los lugares donde trabajaron (Puntas de Sayago, La Teja, Santiago Vázquez), surgió la posibilidad de trasladar algunos talleres a Fray Bentos (Río Negro), “algo que no estaba en el inicio del proyecto”.
En cuanto a los desafíos y aprendizajes que tanto IPRU como Vida Silvestre enfrentaron, desde  setiembre de 2011 hasta  junio de este año, fue sobre todo, la labor en el marco de los derechos de los niños y jóvenes, quienes fueron protagonistas en todo momento, profundizando el uso de las tecnologías en diferentes contextos,”pero en un territorio común”. “Creemos que se validaron ciertas herramientas con un componente creativo”, asintió Gilgio refiriéndose a la invención de los sensores y el intercambio de éstos con las ceibalitas. Además, “se generaron nuevas miradas interesantes, vinculadas a la necesidad de pensar futuros monitoreos pilotos, también participativos”, no sólo desde el municipio, sino también desde otras instituciones.
Otras herramientas crearon también paara uso de toda la población: un blog digital (ver al fial de la nota) que “hace que tenga otra continuidad en el tiempo”, y un manual de contrucción de sensores y sus usos.

Miradas positivas

Martín Pardo del Área de Desarrollo Social del Plan Ceibal, trasmitió la alegría de compartir este espacio lleno de grandes desafíos que “tenían que ver con procesos que trascendieran la dinámica cotidiana desde una óptica que trascendiera las fronteras de las escuelas”, y generando procesos de apropiación con las familias y las redes de distintos territorios. Un proyecto “muy favorable” no sólo porque generó productos concretos, que favorecen a la ciudadanía, sostuvo, sino también, porque provocó posiciones de sostenibilidad en aquellas acciones que puedan quedar en la comunidad. “Estas son las cosas que nutren y a uno lo enriquecen”.

A igual que Pardo, Marila Lázaro, profesora de la Facultad de Ciencias, tuvo una mirada positiva hacia el proyecto puesto que “permitió varios descubrimientos”. Destacó el esfuerzo y el reconocimineto -de las organizaciones que crearon el proyecto- de trabajar en estos temas que ayudan a ejercer los derechos de todos. Las palabras del filósofo y pedagogo estadounidense Jhon Dewey, fueron más que una excusa para recordar y hacer reflexionar que “ser científicamente culto no es sólo saber más ciencia sino practicar la ciencia”, llevándola a la vida diara para potenciar las capacidades.

“Los niños hacen ciencia”, destacó Fernando Rodriguéz, Defensor del Vecino de Montevideo. “¿Cuántos promueven y garantizan un lugar de incorporación o trasmisión de conocimiento?, cuestionó agradeciendo a las organizaciones por “llevar a los niños al mundo de la ciencia”.  Resaltó el importante papel de los derechos de los niños, “una cuestión destacbale”, producto del trabajo de las organizaciónes. “Porque cuando los adultos ponemos atención en ellos, les estamos dando el lugar que les corresponde, estamos escuchándolos“. Es en esos espacios que los niños generen conocimiento, ”en muchos aspectos de la vida diaria”.
Las palabras de Rodiguez se confirmaron al recordar que, anteriormente, Daisa había afirmado: “Para tener un ambiente sano tenemos que explicarles nosotros a ellos”, refiriéndose a los adultos. Pero “hay gente que no le interesa y tira los papeles en el piso”, lamentó.
En nombre de las concejalas Adriana Rojas, Raquel Villafán y Lourdes Apostoloff, que lo acompañaron al evento, el alcalde Gabriel Otero, cerró la presentación recordando que el municipio tiene la obligación de garantizar la participación y generar colectivos, por estos temas y “otros tantos”. Manifestó que el oeste, “hoy día”, está siendo el polo de desarrollo más grande de todo el país gracias a varios proyectos que se están consolidando “en un entramado social que indica que las personas no son indiferentes”. Un puerto, las regasificadoras, los astlileros, el proyecto de la unidad almentaria en el Zonal 18, el frigorífico Mercado Modelo y una vía “que será testigo del desarrollo”, fueron algunos de los que mencionó; todo, lo cual “requiere la mirada atenta”. Y “dispuestos a defender una garantía para todos en la zona más productiva del país”.
Más que una evaluación positiva, “X el Oeste de Montevideo, construyendo ciudadanía ambiental”, que según el alcalde, ayuda a proteger la calidad de vida de las nuevas generaciones, es por sobre todas las cosas “un ejemplo para nuestra región”. Un proyecto que en principio, las autoridades municipales lo visibilizaron como una herramienta que va a robustecer la defensa del un país que queremos”, por eso “vino para quedarse” demostrándo así, que “muchas cosas se pueden hacer”.

Virginia Martínez

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