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02.12.2011 - 14:41

¡Recreo!

La escuela Nº212 cuenta con escasos recursos, pero ahora los niños, tienen juegos y el muro del patio es más colorido.

Hasta hace tres años, era sencillamente la 212. A partir del 19 de noviembre de 2008 pasó a llamarse, con mucho orgullo, escuela Paulo Freire. “Jorobado nombre tenemos” porque ha sido una persona muy importante en el campo de la educación”, manifestó Graciela de los Santos, una de las maestras.
Dejando el arroyo Pantanoso, al finalizar el puente, en el barrio La Teja, sobre la calle Carlos María Ramírez esq. Camambu, se encuentra la escuela Nº 212, donde nueve maestras y una directora atienden a niños con discapacidades múltiples, en su mayoría discapacidad intelectual. Niños y niñas desde 5 años, hasta adolescentes de 15. Allí permanecen desde las 9 de la mañana hasta las tres de la tarde, excepto los/as más pequeños/as de preparatorio inicial que están hasta el mediodía,  con los que se trabaja previamente en un programa de adaptación y “una vez que el niño ha logrado la adaptación permanece hasta las tres de la tarde”, detalló Graciela. Algunos niños y niñas ingresan en calidad de contra horario, es decir aquellos que asisten en el turno matutino a un jardín y en el vespertino a la escuela.
La misma consta de sólo dos talleres “pre-ocupacioanles” -taller de tecnología alimentaria y taller de artesanía en cuero- que son “las primeras destrezas”, las primeras herramientas para que luego, si el/la alumno/a “tiene un buen funcionamiento dentro de su dificultad, se dan talleres [dentro de la enseñanza especial] con mayor profundidad de conocimiento”.
Una vez que los/as niños/as y adolescentes finalizan su capacitación en la escuela, se  intenta insertarlos en una institución de adultos (en ocasiones se hacen coordinaciones con los centros de educación de adultos), porque en muchos casos “no los miran de la misma forma porque ante la sociedad se estigmatiza menos la educación de adultos que la educación especial”, explicó Graciela. 
Por otra parte la escuela no cuenta con herramientas para insertar laboralmente a los adolescentes por falta de talleres ocupacionales.

Muchos niños y niñas viven en los asentamientos donde la vulnerabilidad social, económica y educativa es muy significativa. Graciela establece que en muchos casos se percibe la ausencia de un referente familiar porque “también hay discapacidad en la propia familia”, lo que a su vez, repercute, en la escasa participación de los padres en la vida escolar del niño/a. Las realidades en las que viven hacen “que tengan baja autoestima como sus propios hijos. Los educadores solemos criticar a los padres y somos un poco duros porque notamos que muchas veces no les dan determinadas elementos o afecto a los niños. Pero con el tiempo nos damos cuenta que en realidad es porque no saben dar lo que no recibieron. Y en eso hay que ser bastante cauteloso”, sostuvo De los Santos.
Indicó también que muchos de los niños que concurren a la escuela viven en situaciones de violencia doméstica y otros con trastornos psiquiátricos. Uno de los problemas con los que se enfrentan las educadoras, según Graciela, es la ausencia de espacios para entablar un diálogo y abordar las problemáticas que traen del hogar, a pesar de que generaron un espacio colectivo, -en la mañana cuando el niño/a llega a la escuela- donde se conversa, se escucha música, se habla sobre temas de actualidad, antes de ir cada uno al salón o a desayunar. Un espacio del cual “yo en otras escuelas no había participado y me parece muy bueno y tranquilizador para los niños”
Graciela considera que hoy en día los maestros/as se ven enfrentados a un cambio social que se da por distintos fenómenos. Según la educadora, antes la vulnerabilidad de ciertos sectores sociales respondía exclusivamente a factores económicos o educativos. “Hoy recibimos otro tipo de niños, con los cuales resulta más difícil entablar el diálogo y la relación se hace más difícil. Estamos en una situación para la cual, muchas veces no tenemos herramientas y a veces no tenemos a dónde derivar”, opinó. A pesar de sus fundamentos Graciela, que ingresó a principios del 2011, sostiene que desde marzo hasta la fecha, ha habido una “enorme” evolución en muchos niños y niñas.

La escuela Nº212 cuenta con pocos recursos para atender a los niños y debido a la falta de elementos recreativos, se presentó una propuesta al Socat Arbolito para la instalación de juegos. El viernes 25 de noviembre, el espacio de recreo por fin dejó de ser “un patio libre y gris”, donde los niños y niñas no tenían con qué divertirse. La propuesta no sólo fue votada y aprobada por el Socat, sino también financiada por ellos. Junto a los nuevos juegos surgió una propuesta de Nelson, encargado  del taller artístico e integrante del Socat Arbolito, de abordar un taller de pintura, al que se sumaron alumnos y alumnas de la UTU Pablo Figari que realizaron los dibujos en el gran muro para que luego los más pequeños, se encargaran de pintar. Y por si fuera poco, parte del piso del patio, se transformó en una rayuela. 
Muchos de los niños y niñas que asisten a la escuela 212, provienen de zonas donde tampoco hay espacios libres para juegos y “no están acostumbrados a que los padres los lleven a la plaza. La vida de ellos es una rutina, de la escuela a la casa. Por eso cuando hay vacaciones sufren enormemente porque la escuela es el único lugar de esparcimiento. A ellos les encanta venir”, manifestó la maestra.  Son seis horas en las que niños y niñas, y en algunos casos adolescentes pasan en “su” escuela con apenas dos talleres que los sustenta pero con un equipo de maestras que “tratan de ingeniárselas” con lo que  poco que tienen y de pasar lo más feliz posible porque “somos una familia”.

Embadurnados de varios colores en sus rostros y sus ropas, los niños y niñas realizaron una nueva actividad, cumpliendo así un sueño quizás inesperado. Y seguro, con la novedad para llevar a sus hogares, de que el patio se transformó en un arco iris de vivos colores y dibujos, entre ellos un gran redondel en el que figuran los continentes, “el mundo que ellos tanto cuidan”, aseguró la educadora.
“Yo me he sentido realmente por feliz y gratificada porque los niños han sido muy felices con todos los juegos”, relató motivada Graciela. “No sabés la reacción increíble que tuvieron los al recibir las hamacas y la calesita” que, ahora, adorna el espacio recreativo. Seguramente, ahora sí los niños, niñas y adolescentes de la escuela Nº212, van a esperar ansiosos que suene el timbre para salir al recreo.

Virginia Martínez